Historias de lo que quisieron ser, pero las drogas no dejaron

Historias de lo que quisieron ser, pero las drogas no dejaron

P

asar de tener todo un futuro por delante a vivir en las calles, es algo muy difícil. Es  por lo que están pasando muchas personas en Montería, cada uno con diferentes historias de vida que los han llevado al mismo fin.

José Álvaro, era una joven promesa del boxeo con un futuro brillante, desde joven su vida transcurrió entre las calles y el cuadrilátero, pero por  juntarse con las personas equivocadas su futuro cambió.

Desde que cayó en las drogas su vida en el deporte ha sido intermitente, cuando se cree recuperado regresa a la lona, pero los reflejos ya no son los mismos, es débil y ha recaído varias veces,  lo admite.

Hoy en día sigue en un proceso de recuperación para tratar de dejar el vicio, ese que un día llegó a su vida y  truncó sus sueños en el deporte de sus amores.

Lleva casi quince años consumiendo drogas, vive con la incertidumbre diaria de no saber si va a comer o en qué lugar va dormir.

Relata que todo comenzó un día y como algo inofensivo, salió de fiesta con unos amigos que le ofrecieron marihuana, la probó y el macabro encanto lo sedujo hasta convertirlo en adicto.

Esta es una de las maneras más comunes de comenzar en el mundo de las drogas, probar por curiosidad y una vez que eso deja de ser suficiente  buscan algo más fuerte como la cocaína y de ahí va creciendo, como bola de nieve.

Todo lo que ganas es para el vicio, dice al aclarar que dinero no es todo lo que uno pierde; tu salud se ve afectada a medida que consumes, tus capacidades mentales decaen;  las personas que te aman se alejan por  tus malas decisiones.

El momento en el que más temió por su vida fue hace unos cuantos años, era un día normal para él hasta que lo comenzaron a perseguir con un arma de fuego y gritándole amenazas.

En algún punto mientras corría sintió un dolor desgarrador en la parte superior de la pantorrilla, había recibido un impacto de bala. Yacía en el piso esperando el destino final, lo único que se le ocurrió fue gritar por su vida, eso llamó la atención de personas que transitaban por la calle y salieron en su auxilio.

En ese momento el sujeto que lo había estado amenazando y casi lo mata,  se dio cuenta que se había confundido de habitante de calle y salió corriendo.

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asar de tener todo un futuro por delante a vivir en las calles, es algo muy difícil. Es  por lo que están pasando muchas personas en Montería, cada uno con diferentes historias de vida que los han llevado al mismo fin.

José Álvaro, era una joven promesa del boxeo con un futuro brillante, desde joven su vida transcurrió entre las calles y el cuadrilátero, pero por  juntarse con las personas equivocadas su futuro cambió.

Desde que cayó en las drogas su vida en el deporte ha sido intermitente, cuando se cree recuperado regresa a la lona, pero los reflejos ya no son los mismos, es débil y ha recaído varias veces,  lo admite.

Hoy en día sigue en un proceso de recuperación para tratar de dejar el vicio, ese que un día llegó a su vida y  truncó sus sueños en el deporte de sus amores.

Lleva casi quince años consumiendo drogas, vive con la incertidumbre diaria de no saber si va a comer o en qué lugar va dormir.

Relata que todo comenzó un día y como algo inofensivo, salió de fiesta con unos amigos que le ofrecieron marihuana, la probó y el macabro encanto lo sedujo hasta convertirlo en adicto.

Esta es una de las maneras más comunes de comenzar en el mundo de las drogas, probar por curiosidad y una vez que eso deja de ser suficiente  buscan algo más fuerte como la cocaína y de ahí va creciendo, como bola de nieve.

Todo lo que ganas es para el vicio, dice al aclarar que dinero no es todo lo que uno pierde; tu salud se ve afectada a medida que consumes, tus capacidades mentales decaen;  las personas que te aman se alejan por  tus malas decisiones.

El momento en el que más temió por su vida fue hace unos cuantos años, era un día normal para él hasta que lo comenzaron a perseguir con un arma de fuego y gritándole amenazas.

En algún punto mientras corría sintió un dolor desgarrador en la parte superior de la pantorrilla, había recibido un impacto de bala. Yacía en el piso esperando el destino final, lo único que se le ocurrió fue gritar por su vida, eso llamó la atención de personas que transitaban por la calle y salieron en su auxilio.

En ese momento el sujeto que lo había estado amenazando y casi lo mata,  se dio cuenta que se había confundido de habitante de calle y salió corriendo.

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erdido entre la penumbra de las drogas, Hernando vive esperando desde hace 30 años el momento en que pueda escapar de ellas. Desorientado, con un habla sin sentido, recuerda con tristeza en lo que se ha convertido, añorando la infancia que nunca tuvo y la familia que dejó ir.

Su piel morena, curtida por dormir a la intemperie y su aspecto descuidado, son un reflejo de la agonía que sufre en vida, en sus momentos de lucidez reconoce que él mismo ha labrado su destino.

Tiene 48 años, pero parece de 60, el bazuco le tumbó los dientes, pero aun así deja escapar de vez en cuando una sonrisa fugaz, consiente o inconsciente. Al momento de dar esta entrevista está drogado.

Sus tatuajes marcan una historia de años en prisión que le duele recordar. Fernando Díaz Saucedo, perdió su infancia cuando a la edad de 8 años probó el cigarrillo siguiendo el ejemplo de su padre y comenzó a naufragar en el mundo del vicio, dejando la escuela cuando solo cursaba segundo grado de primaria.

“Tuve un padre al que también le gustaba el vicio y terminé peor que él, tengo una familia muy maravillosa y el único vago terminé siendo yo, el único loco”, dice mientras agarra con su mano una medallita que le cuelga del cuello.

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abla de prisa, característica marcada del acento santandereano, pero el efecto de las drogas hace que sus palabras por momentos sean difíciles de comprender. Sin hijos ni esposa y alejado de sus padres y hermanos se refugia en la ayuda espiritual que recibe por parte de la fundación Ángeles Callejeros Pródigos.

Tras abandonar la escuela empezó a trabajar para mantener su vicio, fue albañil, hojalatero, sacador de bultos de arena, abono y aceite de palma. No ganaba lo suficiente para abastecerse y decidió tomar el camino del robo, siendo orillado a las cárceles y cartuchos del país.

“Llevo 30 años en la calle, pa arriba y pa abajo, pagando cárcel a toda hora, ya estoy cansado. Pagué cárcel en Bogotá, estuve en el cartucho, en muchos otros lugares. Estuve robando, pero ya me cansé de todo eso”, dice haciendo un gesto de desesperanza.

Sus ojos hundidos y cabello desaliñado son cubiertos con una gorra sucia, de su cuello cuelgan collares de metal, hilo y madera con imágenes religiosas, en la piel tiene marcas y cicatrices, unas por el sol y otras se la ha ganado en peleas callejeras.

“Ninguno lo quiere a uno, lo desprecian, a uno lo rechazan porque es de la calle, pero solo hay uno que es el salvador, pues si uno lo propone llegan, sino todos creemos en Dios, pero no todos hacemos lo que él quiere”, afirma al tener un destello de consciencia.

Deambulando por las calles, pero aferrado a Dios, asegura que Él tiene algo preparado para su vida. Es por esto que pide a los niños y jóvenes no tomar su mismo camino y seguir hacia delante, pensando antes de actuar para no estar bajo el oscuro mundo de las drogas.

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os caminos son inciertos. Las lagunas inundan sus pensamientos sobre lo que pudo ser pero que por decisiones equivocas solo hay lamentos. El camino es incierto, y por más albas que existan aún no ha podido ver la realidad con otros ojos que no sea de la mano de las drogas. Los caminos son inciertos.

Las cicatrices adornan su piel y su alma, sus tatuajes hacen parte de su historia, los golpes de la vida han llevado a lugares inimaginables a Gustavo Enrique González, licenciado en artes plásticas, chef, trapecista y malabarista de Maracaibo, Venezuela.

La cocaína llegó a su vida a la edad de 13 años cuando hacía parte de un programa de televisión como bailarín en su país. Desde muy joven comenzó a consumir una de las drogas que llevan a la perdición a todo aquél se atreva a entrar a su juego de la muerte.

“Lo más difícil de todo esto es la calle, yo estaba acostumbrado a tener todo, estar en otro país se me ha hecho muy difícil, no tengo a nadie con quien hablar, estoy solo. Duermo en los árboles, en la cima de ellos, ahí descanso”.

Su sonrisa desquebrajada no ha sido un impedimento para expresarse cuando lo desea, su contextura delgada que aparenta debilidad ha podido soportar los golpes más duros de la vida y resistido las drogas más potentes.

Aunque la tristeza lo invada por no estar con su familia, el mismo asegura que aún no es el momento adecuado para volver, sus actitudes y adicción puede perjudicarlos y lo que menos quiere es que sus seres queridos lo vean en esa condición.

“He buscado ayuda, pero al no tener los documentos se me ha hecho bastante difícil, lo único que puedo decir es que hay que pensar antes de hacer las cosas ya después no hay vuelta atrás, solamente Dios puede revertirlo todo, solo él puede”.

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La Fundación Ángeles Callejeros Pródigos, se ha convertido para los habitantes de calle en un salvavidas. Ellos han encontrado ayuda y respaldo por parte de todas las personas que integran esta asociación desde hace dos años.

Estela Margarita Galofre Gómez, mejor conocida como la mamá de los habitantes de la calle, descubrió que su misión en la vida es ayudar a aquellos que bajo circunstancias difíciles no cuentan con el apoyo de nadie.

Dejo de lado todo estereotipo que se tenía en cuanto a estas personas y se puso manos a la obra para poder generar un cambio en la ciudad de Montería y tenderles las manos a quienes están viviendo en precarias condiciones, sin acceso al sistema de salud, trabajo, hogar y, sobre todo, el amor de una familia.

Ángeles Callejeros Pródigos cuenta con el servicio de psicología a cargo de la profesional en el área María Márquez, ella con profundo sentido de amor por el prójimo, orienta a los habitantes de calle en talleres y charlas motivacionales.

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es hace seguimiento desde el momento en que entran, para estar al tanto de los avances en su lucha contra el consumo de drogas y la superación personal, de acuerdo con cada situación. Dependiendo de lo que están viviendo a cada uno se les da un seguimiento médico y además de darles brindarles medidas de autocuidados.

Todos los jueves, la fundación se reúne con las personas en calidad de indigencia en la calle 41, cerca del puente Segundo Centenario, para darles alimento físico y espiritual.

Muchos de ellos son adictos a la marihuana, base de coca y bazuco, las tres drogas que más abundan en las ollas de vicio de la ciudad. Cifras aportadas por la Policía Metropolitana revelan que desde enero y a corte de mediados del mes pasado se decomisaron en Montería más de 300 mil dosis personales de narcóticos.

C

on evangelización reflexionan sobre las graves consecuencias que trae consigo el consumo de drogas y lo importante que es superarse a uno mismo para que conciencia y espíritu estén limpios.

Les llevan alimentos a todos aquellos se dispongan a ir, muchos ya son fieles asistentes. Aunque deambulan y se encuentran en las calles, cuando se reúnen a los pies del puente se sienten en compañía. Apoyados por un grupo de voluntariado la Fundación se ha convertido en un amigo, un hombro en el que llorar, alguien que los escucha, los aconseja y se preocupa por ellos.

La psicóloga de la fundación pidió a los ciudadanos sensibilizarse, tomar conciencia y, sobre todo, a mirar con ojos de respeto a todos los habitantes de calle. Son seres humanos que han cometido errores al tomar ese camino para su vida y ya están sufriendo las consecuencias, pero así mismo están intentando hacer un cambio, cada vez que caen buscan levantarse, ahora con ayuda de la fundación, levantarse es un poco más llevadero.

El río Sinú conoces sus historias, el humo de marihuana que se ha esparcido una y otra vez en esa orilla sabe de sus lamentos, añoranzas y necesidades.

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FOTO GALERÍA

Créditos

Textos y fotografías:

Ximena Rosas Ibarra y María Alejandra Araujo

Estudiantes de Comunicación Social y Periodismo 

Universidad Pontificia Bolivariana – Seccional Montería

Corrección: LARAZON.CO

Diseño front-end: LARAZON.CO

Agradecimientos a los integrantes de la Fundación Ángeles Callejeros Pródigos  y a las personas que mostraron aquí su historia de vida.

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